jueves, 16 de septiembre de 2010

Sube y baja


Unas salsas bien picantes se escuchan, con sonido de AM, en el viejo radiograbador. Paredes descascaradas por el tizne que alguna vez fueron celestes nos rodean. El agua está muy fria, me hiela las manos y hace la tarea bastante más dificil. Los platos no paran de llegar del salón que está repleto, pero la música y la dulce voz de doña Negra alegran y abrigan.
Entra una comanda y doña Negra suavemente sobresaltada me dice:
-Nos quedamos sin trucha Nico! No le vas a pedir a mi suegra que nos preste dos kilos?-
(Siempre nos quedamos sin trucha)
-Claro, Negrita, ya vengo.
Me seco las manos y salgo al patio oscuro, recorro el pasillo y subo los desparejos escalones, que ya despuès de casi una semana le agarré la mano y los paso casi sin trastabillar. Entro en el salón, muy bien ambientado con motivos andinos, y caliento las manos en la estufa que aclimata el lugar. Buenos blueses se escuchan bajitos. Paso esquivando mesas repletas de turistas ya un poco borrachos. Abro la puerta y me encuentro con Cristobal, el único mesero y encargado del lugar. Borracho, de unos 45 año, boliviano, recibido de antropólogo en Hungría, conocedor de varios idiomas y que siempre me recibe con una sonrisa y buenas historias de viajes para contar. Cristobal me convida una seca de un cigarro, unos tragos de "whisky boliviano" (té de canela con alcohol puro. La botella dice abajo en letra chica: alcohol de buen sabor, 96%; y se consigue en cualquier quiosquito callejero por la módica suma de dos bolivianos) para apasiguar el frio.
Le pregunto cuál es la tienda de la suegra de doña Negra y con los cachetes y la naríz ya enrojecidos por los efectos de la bebida, me indica con referencias poco claras como llegar.
Emprendo la caminata por el pueblo. Como dos cuadras más abajo queda la tienda. Un poco más abajo se distinguen las luces de los barquitos que flotan en la orilla del lago.
Llego a la tienda, nunca pude recordar el nombre de la señora, pero ella ya me conoce de pasar por el restaurant.
-Caserita (como se le suele decir a las señoras mayores y no tanto por estos lugares), me pidió doña Negra si no le presta dos kilitos de trucha hasta mañana, nos quedamos sin ninguna-
Le digo los más amablemente posible.
-Claro m´hijo-
Me contesta. Y no tarda en llegar del fondo con una bolsa negra que huele a pescado bien fresco. Agradezco amablemente y me retiro.
Vuelvo al local, lo esquivo a Cristobal que, ya muy charlador, está tratando de convencer a unos turistas de entrar a comer unas ricas truchas. Recorro nuevamente el cálido salón, bajo los complejos escalones, el pasillo y el patio a oscuras y me meto en la cocina.
La comanda traía varios pedidos. Doña Negra me agradece el mandado y me pide, apurada pero muy amablemente, que la ayude a armar unos platos.
Entre las escapadas a comprar cosas, que siempre faltan; el armado de los platos, que doña Negra siempre completa con el plato principal y el lavado de vajilla, las tres horas se pasan casi sin que me de cuenta.
Termino el día, me abrigo bien, saludo a doña Negra que me paga los treinta bolivianos (en caso de que sea una buena noche, si no son veinte), los que me alcanzan para pagar los cinco que pago por día en una pieza muy cómoda y calentita, con una hermosa vista del lago y un jardín verde enorme donde nos pasamos todas las mañanas y las tardes.
Salgo a la calle, y ahí me espera la negrita, ansiosa por arrancar y bajar a la costanera. Recorremos un camino de tierra de casi dos kilómetros a orillas del lago. Disfrutamos del oscuro paisaje, del cielo que sin luna deja ver todas las estrellas y más. Y terminamos llegando al hospedaje, dónde Catita espera con hambre y siempre buenas charlas para terminar la noche.

Algunas semanas de septiembre, Copacabana, Bolivia.

Algunas foticos de Copa, por mi amiguito Germán Ferreyra


La callecita dónde queda la tienda de la suegra de doña Negra, pero de día. Al fondo el lago

El lago transparente de día


La costanera que recorremos cada noche con la Negra Candi


La vista desde la cabaña, sin los micros. Ese era un día de fiesta en el que bautizaban a los micros rompiéndoles doce botellas de cerveza, según cuentan las malas lenguas


Y por último una foto de Germán, aprendiendo a hacer malabares, que pidió exclusiva participación a cambio de las fotos. Jajaj gracias Ger!

domingo, 5 de septiembre de 2010

El camino de la muerte...

El "Camino de la muerte" lo vi de enfrente. 
Así le llaman a un tramo de ruta que une La Paz con Coroico, lugar donde me encuentro actualmente. Por suerte hace no más de dos años terminaron de construir la nueva ruta, que hace el mismo recorrido que "El camino de la muerte" pero por la ladera de la montaña de enfrente. Claramente, para llegar a Coroico, tomé el nuevo camino. Un hermoso recorrido por las montañas que se van vistiendo de verde a medida que avanza el camino y la altura disminuye.
Tres horas aproximadamente fue lo que tardé en llegar. Habíamos estado con Cata el fin de semana para respirar un poco de aire fresco, despuès de casi dos meses trabajando en la hermosa pero agotadora ciudad de La Paz. Y cuando nos estábamos yendo, nos ofrecieron trabajo en un hermoso hotel en lo más alto del pueblo (www.hotelesmeralda.com). No lo dudamos ni un segundo. Volvimos a La Paz, renunciamos a nuestros trabajos, y al día siguiente estabamos ya instalados en este pueblo de las  yungas.
Trabajo por la tarde noche, descanso (con pileta, sauna, pool incluídos) por la mañana y mediodía. 
El trabajo está bueno, hago parrillada y pizas al horno de barro, según el día. La parrillada no es la parrillada que la mayoría de ustedes se imaginan. Acá la hace de una manera extraña: hacen filetes a partir del corte grande de la carne, los adoban, y los dejan listos para ponerlos en la parrilla a fuego muy fuerte, durante exactamente 8 minutos, para que salgan rápido. Es raro, yo lo haría de otra manera pero así lo piden acá, asique me tuve que ir acostumbrando. Lo bueno de todo esto es que la parrilla está ubicada en una especie de balconcito con una terrible vista, de fondo se esucha siempre buena música, y el sol pega todo el día.
Ya van poco más de dos semanas acá y no me canso. 
Mucha tranquilidad a pesar del trabajo, mucho descanso, mucha lectura (raro en mi, en una semana me leí tres libros), un poco de ejrecicio y relajo en la pileta y largas dosis de hamaca paraguaya y paisaje. 
Bueno, esto fue un informe, casi a forma de diario. La falta de imágenes me desmotiva un poco, pero voy a tratar de conseguir algunas fotos aunque sea sacadas por otro, para que vean de que se trata todo esto. 
Salú amigos! estaré informando en breve de mi llegada a Perú!